Gracias mamá por haberme parido xerecista


PEDRO MARCHANTE

 En la que, probablemente, sea la semana más decisiva en la historia reciente del Xerez CD, una de mis hijas me ha hecho una pregunta a la que no supe responder de primeras pero que ahora, una vez madurada la pregunta y habiendo reflexionado, estoy en condiciones de contestar. “Papá, ¿tú por qué eres del Xerez?”.


Situémonos, 1 de febrero de 1981, alrededor de las cuatro de la tarde, empieza a oler a café en mi casa y mi padre se está afeitando y arreglando para salir. Le pregunto a mi madre que dónde va mi padre y me dice: “Al fútbol”. Yo, con 8 años, por aquel entonces solo sabía que el fútbol era algo a lo que jugaba en el patio y en la plazoleta y que, para qué engañarnos, se me daba bastante mal. No sé por qué me salió un “Pues yo quiero ir”. A mi padre se le debió cambiar la cara porque yo era muy pesado y estaba todo el rato preguntando todo, así que imagino que mucha gracia no le haría al pobre hombre.


El partido era un Xerez CD – Calvo Sotelo y acabó con victoria local por 3-2. Recuerdo el sonido de las botas de tacos de aluminio en el túnel de vestuarios del viejo Domecq y también que me sentaron al lado de un señor mayor, muy trajeado y con gafas de sol, Rafael se llamaba según supe después, y era ciego. Este señor se pasaba todo el tiempo “mirando” para el campo y diciendo que estábamos jugando bien y que íbamos a marcar dos “chicharitos”. Y cuando marcábamos preguntaba quién había sido y se abrazaba con el que estaba al lado. Recuerdo pensar que qué hacía ese señor allí si no podía ver nada. Hoy sé que Rafael “veía” el partido con el corazón e imagino, porque me veo reflejado en él, que sufría lo indecible por su equipo, como cuando yo, por unas cosas u otras no puedo ver a mi Xerez.


Sin yo saberlo, aquel día me hice del Xerez, me entró el veneno azulino en las venas y nunca más saldrá de ahí mientras mi corazón siga latiendo. En los 40 años que han pasado desde entonces, toda una vida, dejé de ser ese niño canijo y enclenque para convertirme en una adolescente de manual primero y más tarde en el adulto que soy hoy día. En esos 40 años, he vivido la gloria y el infierno, he disfrutado y sufrido, he reído y he llorado con él y por él. Con el Xerez aprendí desde muy pequeñito que no necesitaba que ganara, sino que estuviera ahí, para mí, cada 15 días. Como el que asiste a la misa dominical, mi rato semanal con él, bien en el estadio o bien pegado a la radio sufriendo en la distancia, igual que hacía mi abuela quien, en su casa de vecinos de la calle Barrera, “regalaba” a los vecinos la retransmisión del partido del Xerez a todo volumen porque la pobre estaba más sorda que una tapia.


El sábado, Rafael y mi abuela estarán viendo a su Xerez desde la tribuna más alta del cielo y cada uno a su manera estará sufriendo por él. Como seguimos sufriendo un buen puñado de fieles xerecistas cada domingo. Sufriendo y disfrutando porque los xerecistas somos así, ver a los nuestros sobre el césped dejándose la piel y tratando de ganar nos hace felices por 90 minutos (o 120 quizás) y nos da fuerzas para echar la semana y llegar al siguiente domingo ávidos de partido y de nuestra dosis de xerecismo.

En esta semana vital muchos estarán, al igual que yo, de los nervios contando las horas y deseando que llegue el momento, que lleguen las 18:30 del sábado para vivir el partido más importante de los últimos años. El Xerez habrá dejado atrás años de sufrimiento y de vagar por el desierto con todo y todos en contra pero acompañando de una (cada vez más numerosa) legión de sufridores que se desviven por él, en la victoria y en la derrota. Presumiblemente, la Juventud estará a reventar y todos nos dejaremos la piel, desde el césped y desde la grada para conseguir el objetivo de ascender de categoría. Sufriendo, de manera épica, como solo nosotros sabemos hacer y como solo nosotros sabemos disfrutar. Los éxitos deportivos han sido escasos en nuestra historia, por eso los disfrutamos tanto cuando llegan.


Por eso soy xerecista, hija mía, porque ser xerecista es una forma de ver la vida; es una actitud, una rebeldía firme pero tranquila; ser xerecista es no darse nunca por vencido por muy mal que pinte la cosa; ser xerecista es vivir la vida con pasión; ser xerecista es un acto de fe, solo así se entiende que sigamos luchando lo indecible con todo lo que llevamos pasado; ser xerecista es importarte el fondo más que las formas; ser xerecista es ser consciente de que, aún sin ser el mejor ni el más laureado, tu equipo es lo más importante para ti; ser xerecista es saber que por mucho que te caigas, te tienes que levantar y echarle coraje a la vida; ser xerecista es querer que se haga justicia, que se premie la fidelidad y saber que siempre va a haber alguien a tu lado dispuesto a sufrir y disfrutar contigo; ser xerecista es algo muy grande y muy difícil de entender que no todos tienen la sensibilidad de apreciar y sentir. En una palabra, ser xerecista es ser especial, no se escoge, se siente o no se siente, se vive o no se vive, es como el talento, se tiene o no se tiene. Por eso, termino como empecé, dando las gracias a mi madre por haberme parido xerecista y gritando a quien me quiera escuchar que, si mil veces volviera a nacer, mil veces elegiría ser xerecista, porque así soy yo, porque así somos todos lo xerecistas, locos que no tienen otra cura que el Xerez CD.


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